N° 338, octubre 2011. Edición online
Puntos de Referencia
Economía

Economistas, pretensiones y quehaceres. Breves notas sobre la crítica de Deirdre McCloskey a la economía modernista

Loreto Cox A..

En 1970 Deirdre McCloskey recibió su doctorado en economía en Harvard. Trabajó en la Universidad de Chicago entre 1968 y 1980, obteniendo los tenures en economía en 1973 y en historia en 1979. Escribió decenas de artículos sobre historia económica británica, historia de las finanzas internacionales y sobre la revolución industrial, publicándolos en prestigiosos journals de economía.

Tras lo que ella misma denomina «una juventud positivista», comenzó a interactuar con académicos de otros departamentos de ciencias sociales, lo que le generó fuertes inquietudes acerca de que la forma estándar de argüir en economía fuera la única válida.

Luego de años de investigación interdisciplinaria, McCloskey construyó una crítica profunda a lo que ella denomina economía modernista. Esta crítica resulta destacable, pues proviene de alguien que conoce en primera persona y, más aún, ama la disciplina. Los pilares de su argumento se encuentran en tres de sus libros: The Rhetoric of Economics (1985), If You’re So Smart: The Narrative of Economic Expertise (1990) y Knowledge and Persuasion in Economics (1994). Este breve artículo no pretende más que esbozar algunos puntos relevantes de esta parte de su obra.

Uno de sus puntos de partida es que toda vez que alguien dice algo está haciendo uso de la retórica, pues inevitablemente usamos lenguaje para comunicarnos y no existe una sola forma de decir cada cosa. Así, la economía tiene su retórica y debe someterse a análisis. McCloskey encuentra que en su versión modernista extrema, es como si el estilo retórico de la economía hablara sobre una verdad que está «escrita en los cielos», apelando a una «retórica de no tener retórica», ante la cual no quedaría más opción que una «aprobación unánime».

Sin embargo, sabemos que en la ciencia económica, como en todos los campos de la vida, existen importantes desacuerdos, y aun la evidencia más ‘dura’ admite variadas interpretaciones. Y es que finalmente, como arguye McCloskey, es muy dudoso que los científicos puedan acceder a la verdad, conociéndola de manera exacta.

McCloskey critica también varios asuntos puntuales del quehacer de los economistas, tales como la obsesión por el uso de un razonamiento excesivamente formal que olvida la relevancia de la realidad, o como un culto excesivo a la significancia estadística como medida de la importancia de los resultados. Más aún, McCloskey cuestiona que la ciencia económica deba guiarse por reglas metodológicas formales que limitan las maneras de argumentar y dificultan el diálogo con las demás disciplinas.

Si bien resolver los aspectos que McCloskey critica en la forma imperante de hacer economía es una tarea difícil, tal vez el solo hecho de tomar conciencia de estas críticas contribuiría a hacer a los economistas más humildes en su rol de adivinos e ingenieros sociales, permitiéndoles participar de mejor manera en el ejercicio deliberativo que es indispensable para la democracia.