Los resultados de la nueva prueba de selección universitaria ha dado lugar a numerosas lecturas. Muchas de ellas descansan sobre interpretaciones erróneas de los datos. Este artículo busca hacerse cargo de esos errores y establecer algunas conclusiones que se puedan sostener en la información disponible.
Un aspecto que sólo se podrá dilucidar más adelante es hasta qué punto la nueva batería de instrumentos no pierde capacidad para predecir el desempeño académico de los estudiantes seleccionados. Ello puede ocurrir no tanto porque las nuevas pruebas de lenguaje y matemáticas sean predictores inferiores de rendimiento que las antiguas pruebas de aptitud, sino que como resultado de haber renunciado a pruebas que eran excelentes anticipadoras de rendimiento futuro como las específicas de matemáticas y física.
En estos momentos el debate se ha centrado en aspectos de equidad. Algo que no debe sorprender si se tiene en cuenta que, aunque las pruebas de admisión a la universidad deben seleccionar de una manera efectiva y no corregir desigualdades, en su momento se argumentó que el cambio de pruebas –aunque no fuese ése su objetivo–, tendría como efecto colateral una corrección en la desigualdad.
Una primera lectura de los resultados de matemáticas llevó a algunos a la conclusión de que se habían reducido las brechas entre establecimientos particulares y municipales y que si bien esto tenía un ángulo positivo también tenía uno negativo por el hecho de que ello había ocurrido como consecuencia de una reducción en el puntaje de los establecimientos particulares pagados. Sin embargo, ambos fenómenos son el resultado de una lectura equivocada de los datos.
Esa lectura no considera el hecho de que en esta oportunidad las respuestas correctas netas de los estudiantes en la prueba de matemáticas se convirtieron a puntaje estandarizado (la tradicional escala de 200 a 800 con promedio de 500 puntos) usando una transformación distinta de la que tradicionalmente se empleaba. Ello porque el rendimiento de los estudiantes en la nueva prueba fue inferior a la acostumbrada en la PAA de matemáticas. Una vez que se toma ese hecho en consideración se concluye no sólo que la prueba actual, más centrada en contenidos, no redujo las brechas entre establecimientos particulares y municipales sino que también sugiere que de persistirse en estos cambios ellas se pueden aumentar.
Se entregan aquí, además, algunos resultados preliminares sobre el rendimiento de los colegios. En particular se muestra lo relativamente estables que son los rankings entre establecimiento tanto en la PSU como en la PAA. Se indica, además, que de los 200 primeros colegios en la PSU un total de 166 son particulares pagados. Sólo cinco son municipales, todos ellos ubicados en las comunas de Santiago y Providencia. Queda en evidencia que un desafío para las regiones y sus respectivos municipios es impulsar establecimientos educacionales que se puedan entreverar entre estos 200.